3ª lectura continua de clásicos
16/06/2010
Era un día de marzo. El viento que soplaba de poniente, que hacía resonar los ecos del mar, inclinaba los oscuros árboles del parque ante la ventana de la sala; gemían y se agitaban como si fueran mástiles de navío el juguete de una tempestad. Pues parecía que el sueño más querido de un corazón humano, entregándose a aquellas figuras de navío, iba a ser llevado lejos, siempre más lejos hasta las elegantes islas donde todo sueño florece y se perfecciona… Pero cuando caía el viento y entre las espesas nubes de hoy la luna descubría su astuto arpón sin hilar, estos árboles volvían a ser abedules, subidos, inmóviles contra el cielo negro. Un día de marzo, frío, como un día de juicio, pensaba el hombre, de cara al exterior; sólo flaqueaban las velas…; sin embargo, estarían allí bastante temprano, viniendo a satisfacer su sueño mortal. Ya veía a una, de vez en cuando, los ojos en el interior: la vieja sirvienta, vestida de negro, con los labios delgados fijos y muda, que el señor de la casa le impedía recoger la mesa. Pero el hombre no se movió, y por dar otro disgusto a la vieja, le ordenó que trajese de beber enseguida…
